DE LOS POEMAS MÍOS Y LOS DE OTROS
“El Bar de la Avenida 33”
El poemario de Sofía Rodríguez García que este año fuera publicado por AMBIVALENTE EDITORIAL con ilustraciones a plumilla en sus páginas interiores de los artistas Mike Richard Díaz A. y Luis Alfredo García A., es un libro hecho para leerse no a la ligera y, menos, a “palo seco”. Eso se entiende desde cuando la poeta bumanguesa, en sentido figurado pero inteligible, expresa sus agradecimientos “A todas y todos, quienes decidieron transformar la vida pasajes adentro; a todos y todas quienes desean una Colombia donde no entristezca el viento, ni la sangre de sus muertos sea un motín y donde la guerra no viva en el terciopelo de los ojos”.
El epígrafe es un campanazo que nos pone en estado máximo de alerta ante lo que, presentimos, se nos viene: “Siempre fuimos muy pobres, nos repartíamos las deudas del tiempo y ahorrábamos la vida”. En su atuendo largo que al llevarla la trae Sofía, funámbula toda, no le escatima un gesto a la poesía que no conforme con componer también declama. Desgarre total en la voz son sus versos, lágrima iracunda que sabe (porque conoce) de las paradojas del alma.
“Me dueles en el fondo de la garganta
donde el ruido es un sarcasmo
y la vida una sombra que espera”.
(LA DESPEDIDA DE LOS LEJANOS)
Una hechicera esta poeta porque sin más ni más, solo porque ella va de frente contra los convencionalismos que deja atrás, nos seduce con la artimaña encadenada de su sentimiento en compendio. “EL BAR DE LA AVENIDA 33”, su poemario, exuda trasnochos, sugiere licencias pasadas de vicios, colmadas de tragos. La vida disoluta, ante la sola mención del título con el cual la vate bumanguesa busca fácil recordación para el libro, se alebresta y avanza feliz por entre sus 122 páginas en procura de hacerse a una de sus bien logradas metáforas.
“La misma tonada un día,
pareciera el ácido circundante
de las horas en una luz intermitente de un auto cruzando.
Nada de lo que llega en una bocanada de basura puede recogerse”.
(FALSO)
Manotadas a la noche que no la deja quieta lanza Sofía. Palabras, frases enteras buscando hacer conjunción con la vida que le tocó en suerte. Estrépito de exclamaciones al que su desafuero le quita y le pone -a su arbitrio- los signos que abren y cierran la tragedia de saberse aquí, igual, pero fundamentalmente distinta.
“Revélame que en el fondo solo se encuentran
mis piedras y mis cobijas:
todo transita en el humo del hielo”.
(BREBAJES XXIV)
“EL BAR DE LA AVENIDA 33” (cómo empuja ese título) hace memoria de la historia ida, de las vivencias que al haber sido sienten cómo a su cuarto de hora se les pasó el momento. El de la poeta y el del lector que separa una mesa para, dejados afuera los afanes, embeberse en sus líneas de pasados comunes. Dolor y furia, aflicción incapaz de borrarse el rictus que se le descuelga boca abajo sin que pueda ni haga nada por impedirlo; blasfemias que todos quieren leer en sus labios de fuegos calcinados, de victorias ya vencidas. Sofía, la hechicera y hechizante poeta, es una figura que pasea los demonios que al no dejarla la acosan y la siguen. Adonde feliz vaya, en donde infeliz se quede…
“La danza de las máscaras se fundió como hondo huracán
y no tuve más remedio que reventar en defensa propia”.
(BREBAJES XVII)
© RENÉ GONZÁLEZ-MEDINA
*Asociación Caucana de Escritores –ACE
© IMAGEN: Luis Gabriel Flórez